Todos hemos experimentado en algún momento el sentimiento de soledad. Somos animales sociales y, ninguna persona es una isla, lo cual significa que necesita el contacto y la relación con otras personas. Siendo la soledad algo que se elige y se busca o, por lo contrario, como algo que se sufre y se rechaza. Una percepción subjetiva de la persona en ese momento es la que establece la diferencia, para bien o para mal.
Por muy autónomos e independientes que seamos, las relaciones interpersonales nos aportan seguridad y bienestar, dos aspectos que son esenciales para mantener nuestro equilibrio psicológico. Cuando por una razón u otra comenzamos a aislarnos, la soledad puede terminar pasándonos factura. Sentirnos solos es el efecto que se convierte en la causa de la necesidad de aquello de lo que dependemos.
Cuando pensamos en la soledad inmediatamente la asociamos con la falta de contacto humano, pero lo cierto es que podemos sentirnos solos incluso estando rodeados de muchas personas. Esto se debe a que la soledad es un estado mental, al igual que la depresión, la ansiedad o el miedo. A esto le llamamos soledad emocional.
La soledad emocional está vinculada a los sentimientos de incomprensión, tristeza e inseguridad. Si percibimos que las personas que tenemos a nuestro alrededor no nos comprenden y no comparten nuestros valores y preferencias, podemos sentirnos solos, desamparados e indefensos.