Para el ser humano, el desequilibrio entre el pensamiento y la acción se acaba convirtiendo, en muchas ocasiones, en una verdadera fuente de problemas. Y esto ocurre cuando nuestras especulaciones chocan con argumentos que no se pueden resolver únicamente con procesos de reflexión racional.
El problema de las dudas patológicas consiste en no darnos cuenta de que hay demasiados dilemas personales, y cuestiones existenciales imposibles de resolver. Las evidencias muestran, de forma abrumadora, que cuanto más conocimientos tenemos más difícil se nos hace la gestión de la realidad, y como consecuencia, más aumenta nuestra incertidumbre.
Si tomamos como ejemplo a Hamlet, el célebre personaje de Shakespeare, veremos que su dilema entre “Ser o no ser” surge de la búsqueda ilusoria de una respuesta que le libre de sus tormentos mentales, conduciéndolo a un laberinto racional en el que se queda atrapado y del que no puede salir.
Este ejemplo pone de manifiesto que abusar de los razonamientos lógicos para obtener la verdad absoluta nos conduce a la parálisis. Cuando lo intentamos de manera reiterada, de la duda pasamos a la obsesión y después a la tortura mental. Por todo ello, obligarnos a no dudar nos originará más dudas patológicas.