Padres e hijos: Amistades peligrosas
El modelo familiar democrático-permisivo
Imaginemos una familia a la que podríamos englobar en lo que algunos teóricos denominan modelo familiar democrático-permisivo. El rasgo definitorio esencial de este modelo de estructura familiar es la ausencia de jerarquías. Las cosas se hacen –o se pretende que se hagan- por convencimiento y consenso, y no, por imposición.
Todos los miembros de la familia tienen los mismos derechos. Todo se habla, todo se argumenta y contra argumenta en condiciones de igualdad. También las reglas, y los límites mismos, que se pactan (y des pactan) con suma facilidad. Se busca de una manera casi obsesiva la armonía y la ausencia de conflictos. Perfecto. Muy bien. Fantástico.
Pero… ¿Qué pasa cuando, a pesar de todas estas buenas intenciones, los conflictos familiares aparecen?
Pensemos ahora mismo en una familia con padres titulados superiores. Los dos trabajan, y tienen dos hijos, la mayor de 15 años y un hijo más pequeño de 12. El padre y el hijo comparten la afición por el deporte, pasan bastantes horas juntos practicándolo y tienen una fuerte alianza, son muy amigos. A su vez, madre e hija se alían compartiendo una auténtica pasión por la música. Hasta aquí ningún problema.
El caso es que el hijo, desde que ha comenzado la ESO, demuestra una apatía, un desinterés, un pasotismo y una falta de voluntad alarmantes, aspectos éstos que están repercutiendo muy negativamente no sólo en su rendimiento escolar, sino también en un comportamiento cada vez más díscolo en su centro de secundaria.
Ante esto, ha sonado la alarma y la casa se ha convertido en una especie de parlamento en donde todo se analiza y se discute.
Los padres, alternativa y conjuntamente, intentan convencer al hijo con mil y un argumentos que tiene que cambiar: tiene que estudiar y tiene que esforzarse más. El hijo replica apuntando que los profesores del centro son muy rígidos e incompetentes. A medida que las palabras y los argumentos de los padres no surgen ningún efecto, se pactan límites y posibles sanciones que, como tan solo se enuncian y no llegan a aplicarse (no hay consecuencias), y encima se van modificando (todo es muy difuso), tampoco producen ningún cambio sustancial.
La hija mayor, que tampoco es que digamos una gran estudiante, ante la insistencia (¡son unos pesados!) de los padres y de sus posibles amenazas en el tema de los estudios, establece una coalición y apoya a su hermanito ante lo que ella considera las injustas exigencias de sus tiránicos padres. Y éstos, pronto, y quizás fruto de su impotencia, empiezan a pensar también que, efectivamente, los profesores son demasiado rígidos con su retoño. Se han movilizado: han hecho llegar sus quejas cuestionando los métodos de enseñanza, y han amenazado con cambiarlos de centro.
Así las cosas, los padres continuarán ayudando en todo y por todo a sus pobres e incomprendidos hijos, los cuales, a su vez, siguiendo esta dinámica disfuncional, se situarán en la cómoda y agradable posición de víctimas. De esta manera se sentirán protegidos, pero cada vez más incapaces de afrontar autónomamente los distintos obstáculos y dificultades que, caiga quien caiga, les va a brindar la vida. Y es que cuando los padres asumen y se hacen cargo de responsabilidades que no les corresponden, los hijos dejan de asumir las propias.
CTBSB
Leer más¿Es posible realmente motivar a nuestros hijos?
Quien no hace un esfuerzo por ayudarse a sí mismo, no tiene derecho a solicitar ayuda a los demás.
Demóstenes
¡Que nadie se asuste! NO. Entonces, ¿qué? Si tus hijos están apáticos, sin ganas, aburridos, si no colaboran para nada en casa, si no muestran ningún interés por los estudios, si no hacen los deberes… ¿No hay que hacer nada? No. Bueno, sí. Una cosa. ¿Cuál? Muy sencillo: dejar de hacer tanto. Como no se explique… Lo intentaré.
La motivación en los hijos: ¿Es posible?, ¿Cómo?
Llevamos ya unos cuantos años de tontería institucionalizada: se nos quiere convencer que el objetivo número uno de la escuela y de las familias es procurar tener a nuestros retoños motivados. ¿Y eso es malo? ¿Quién no desea contribuir a construir hijos motivados? Posiblemente, nadie. ¿Entonces, por qué hablar de tontería institucionalizada? Pues, por pensar que la motivación es una fuerza que haya que aplicar desde fuera. Y por más cosas.
Los dos mitos acerca de la motivación
Sobre todo, por dos mitos acerca de la motivación que se continúan proyectando en nuestra sociedad:
- El primer mito sobre la motivación es creer que la vida y el vivir es una cosa fácil. Que los distintos fines y objetivos se consiguen de una manera fácil, alegre, divertida y sin esfuerzo. En plan Tele 5, vamos.
- El segundo mito sobre la motivación está basado en la idea de que hay que procurar facilitar al máximo las cosas a nuestros hijos y/o alumnos. De esta manera conseguiremos que se animen, se motiven y se entusiasmen. Pues no es verdad. Lo siento. La realidad, siempre tan tozuda, cada día nos lo desmiente. Porque, nos guste o no, todo cuesta, todo lo realmente valioso exige un esfuerzo. Sí, un esfuerzo.
Pero, ¿cuál es el auténtico motor del esfuerzo y la motivación?
El auténtico motor del esfuerzo es el deseo. Ni más ni menos. Y todo deseo nace o se activa de algo que nos falta. Y yo me pregunto: ¿permitimos que les falte algo a nuestros hijos? Sinceramente, creo que no. No solamente no lo permitimos, sino que, encima, les fabricamos los deseos: les procuramos y concedemos cosas que ni tan sólo habían deseado. Nos anticipamos a sus deseos y con ello, les castramos su capacidad de desear y de movilizarse para conseguirlo. Nos guste o no, matamos la gallina de los huevos de oro.
Luego, claro, al verlos tan apoltronados, tan acomodados, tan apáticos, empezamos con los inútiles sermones sobre la importancia del esfuerzo y sobre el sacrosanto día de mañana. Eso del día de mañana, me hace especial gracia porque, para ellos, es como una galaxia lejana y desconocida: una especie de objeto no identificado.
Ya sé que, en lo que se refiere a nuestros hijos, todo lo hacemos con la mejor de las intenciones y que hacemos lo que podemos o sabemos, y que no somos perfectos. Lo sé. Pero, ¿sería mucho pedir que no fuéramos tan contradictorios? ¿Por qué hablamos y hablamos tanto del esfuerzo y no les facilitamos las condiciones para que puedan experimentarlo? ¿Somos conscientes que sólo serán capaces de valorarlo si lo pueden vivir, si lo pueden sentir?
¿Cómo motivar a los hijos, entonces?
Los niños aprenden a conocer el mundo y a conocerse ellos mismos, a ser conscientes de sus capacidades y recursos, interactuando, actuando y superando obstáculos.
El filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson aconsejaba a los padres que querían hijos activos y enganchados a la vida que, cada día, les procurasen, les planearan, les facilitaran un pequeño obstáculo, una pequeña dificultad, un pequeño desafío a superar. Estaba convencido que actuando así es como realmente les ayudamos a construir un motor interno, el único capaz de hacer innecesario los desesperados y poco eficaces intentos de los padres y maestros: todo el santo día empujando y empujando, remolcándolos desde fuera. Todo el día intentando moverlos, intentando motivarlos.
Acabo. Si queremos hijos autónomos, responsables y motivados, por favor, no los continuemos sustituyendo ni les solucionemos todo aquello que, por su edad, pueden hacer perfectamente. Limitémonos a facilitarles las herramientas y las condiciones que les obliguen a enfrentarse y a ir superando pequeñas y accesibles dificultades. Actuando así, posibilitamos la gestación gradual de la automotivación o motivación interna. La única valiosa, la única que realmente funciona. ¡Ah!, y eso sí, no nos olvidemos nunca de aliñar todos estos ingredientes con una buena dosis de amor. Por nuestros hijos y por la vida.
CTBSB
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