Miedo a hablar en público
El miedo a hablar en público es algo habitual que manifiestan muchas personas. Tanto los pensamientos como las sensaciones físicas de forma general son bastante coincidentes.
Por lo que he visto en las organizaciones y en el ámbito profesional, la persona que no gestiona bien el miedo a hablar en público, acostumbra a posponer, delegar y solicitar ayuda cuando se encuentra en esta situación, incluso, llega a la evitación aun siendo conocedor/a que quizás está perdiendo una oportunidad profesional.
Si tenemos miedo al fracaso, a que se cuestione nuestra valía personal, ponemos nuestra valoración en manos de los demás y de esta forma somos muy vulnerables.
Nos exigimos no fallar y de tanto control perdemos espontaneidad, creemos que para ser queridos o respetados hemos de destacar, esa presión bloquea.
Desde hace unos años, en colegios y universidades, se está desarrollando la competencia de hablar en público, como habilidad importante tanto en la carrera profesional como en la vida personal, como en el desarrollo de la asertividad para defender las propias opiniones y aumentar la autoestima.
El miedo como uno de las 4 emociones principales
El miedo es de las cuatro emociones principales (miedo, rabia, tristeza y placer) la más potente, capaz de anularlas otras. El miedo es una respuesta a una amenaza percibida contra el bienestar.
Cuando el miedo se transforma en ansiedad tóxica implica anticipación, nos preocupamos antes para protegernos y lo hacemos en demasía produciendo el efecto contrario, evitación, con la paradoja de que cada vez que se evita algo por miedo más me debilito, pedir ayuda y protección, nos hace sentir protegidos al principio pero confirma la incapacidad para hacer frente a la situación, control que hace perder el control, controlar las reacciones psicofisiológicas puede ser una trampa sorprendente, las alteramos, más queremos controlar, más perdemos el control.
El miedo se gestiona afrontándolo.
Si cambiamos estas actitudes ya estamos poniendo solución al problema.
En nuestro Centro Terapia Breve Sentirse Bien disponemos de protocolos terapéuticos eficaces y eficientes para solucionar el miedo a hablar en público. Somos especialistas desde hace 25 años en todos los trastornos que tienen que ver con el miedo, la ansiedad, las fobias y las obsesiones. Llámanos y te informaremos. Contacta con nosotros a través de nuestro formulario de contacto.
Leer másLa fobia social o el miedo al juicio de los demás
En este post hablamos sobre la fobia social: qué es, cuáles son sus síntomas, qué tipos de fobia social existen y cómo se puede tratar. Escrito por Miguel Herrador, terapeuta y coach.
“Cuando estoy con los demás, tengo miedo, y cuando estoy solo me deprimo.”
Fóbico social anónimo.
Cómo superé mi fobia social (Testimonio):
“Cada vez que me pongo roja y alguien me lo dice, muchos pensamientos pasan por mi cabeza: ¡madre mía, pensaran que soy retrasada! ¡Qué vergüenza, voy a perder toda credibilidad! ¿Y si se dan cuenta que no soy perfecta? A lo mejor, hasta dejan de quererme…… Después de muchos años puedo decir que soy toda una experta en el arte de ponerse roja y aunque a mí me parece un lastre, he descubierto que incluso hay gente a quien le parece tierno y encantador.
¿Y qué es lo que pasa cuando te sonrojas? Pues que tus pensamientos te traicionan. Que vas dos pasos por delante. ¿Qué juegas a hacer magia y adivinar que piensa el otro? Y resulta, que mientras estas imaginando todas esas cosas, la otra persona simplemente te está escuchando, sin juicios ni prejuicios probablemente, y si no es así, por mucho que tu pienses tampoco lo vas a evitar, así que intentar ir por avanzado tampoco sería la solución.
Será por una baja autoestima, será por falta de confianza, será por miedo… sea por lo que sea sonrojarse es un mal rato para quien lo sufre. Reconocer nuestra debilidad es para las personas que sufrimos fobia social una liberación que debemos llevar a cabo sí o sí para una mejor calidad de vida. La liberación que tu cerebro, y por consiguiente tu cuerpo, sienten cuando reconoces públicamente que probablemente vas a ponerte roja como un tomate es tu mejor medicina. ¿Y cómo funciona esto? Pues porque te libera del lastre de la sorpresa de los demás, ya no debes preocuparte por lo que pensaran porque ya lo saben, porque tú te has descubierto antes de que ellos te descubran a ti. Y ahí está el secreto, descúbrete, conócete y sobretodo quiérete, de rojo o del color de tu piel, eres una persona única e irrepetible.
Me encanta una frase del Principito, lo esencial es invisible a los ojos, así que por muy roja que te pongas, nadie puede saber lo que pasa por tu cabeza ni cómo eres sin antes conocerte. Deja que te conozca quien te va a querer y si te pones roja, disfruta de ser así de especial y sensible.”
Meritxell, una artista del rojo.
La fobia social: ¿Qué es?
La fobia social es uno de los problemas más urgentes a los que nuestra sociedad debe darle solución tanto a nivel colectivo como individual. Por lo general pensamos que hay personas tímidas y vergonzosas y que esto es una cosa banal. Pero debo decir que la fobia social es devastadora y una patología terrible para quien la sufre. No es exagerado decir que posiblemente sea uno de los problemas más terribles a los que se pueda enfrentar cualquier ser humano. Si no tenemos cuidado nos puede llegar a privar de lo más indispensable para ser felices: la energía y el ánimo que nos proporcionan las relaciones ya que éstas son imprescindibles para que sintamos el gusto y la alegría de vivir.
¿Cómo podemos evitar a los demás si los necesitamos? Este el profundo drama y el gran dilema al que se enfrentan las personas que sufren de fobia social. Éstas temen estar rodeadas por la gente y ser el centro de atención. Para ellas cualquier interacción con los demás es vivida como estar en juicio sin fin donde siempre acaban siendo condenadas. Por este motivo deciden aislarse y estar solas, por lo que acaban sufriendo una de las formas de soledad más terrible que existe: aquella autoimpuesta que se deriva de no atreverse a relacionarse con los demás por miedo. Se trata, como se puede apreciar, de un círculo vicioso perfecto y endiablado, ya que se entra en él fácilmente pero no se puede salir del mismo si no es con ayuda especializada.
Fobia social: causas
Todos los niños pasan por una temprana etapa de miedo y timidez al entrar en relación con las personas que no forman parte de su entorno más cercano. Nuestras emociones, y en especial el miedo, les ayudan a adaptarse al medio y por tanto a sobrevivir. La vida requiere de soluciones constantes y la combinación de nuestra emocionalidad nos aportará muchas de ellas.
Los niños que no se enfrentan bien a sus miedos, que no fortalecen bien su sistema inmunitario emocional (metafóricamente hablando), cuando sean mayores con toda seguridad desarrollarán patologías. En este caso relacionadas con dificultades y problemas de relación con los demás. Como bien sabemos, nuestro sistema inmunitario de verdad se desarrolla y es efectivo solo si se enfrenta a los agentes patógenos que lo hacen enfermar. Así es como se fortalece. Las personas fóbicas sociales lo que hacen casi en exclusiva es evitar relacionarse y por ello es imposible que desarrollen y fortalezcan su valentía.
Es necesario contar que muchas personas alcohólicas son fóbicos sociales que utilizan la bebida para poder relacionarse con los demás. Muchos estudiantes que abandonan los estudios tiene la misma condición fóbica. Existe también una gran cantidad de personas que nunca llegan a tener pareja por el mismo motivo. Del mismo modo, muchas personas que acaban siendo adictas a las drogas cursan esta patología. Y así mismo, existen muchos jóvenes y adultos que solo se relacionan con los demás detrás del parapeto de las redes sociales pues tienen fobia social.
Para quien sufre de fobia social un encuentro, una mirada, una palabra, puede resultar una agonía. Pero esto es solo la punta del iceberg y se queda muy corto.
Tipos de fobia social:
Hay muchas más situaciones temidas por las personas aquejadas de esta patología social como detallamos con más rigor. A continuación compartimos los tipos de fobia social más frecuentes:
SITUACIONES DE ACTUACIÓN COMO EL PÁNICO ESCÉNICO O EL TAMBIÉN LLAMADO BLOQUEO DE LA ACTUACIÓN.
Si pensamos en la gran cantidad de personas que cada día tienen que actuar delante de los demás como músicos, deportistas, profesores, directivos, estudiantes, comerciales, etc., llegaremos a hacernos una idea más realista de la magnitud de este problema. Si nos fijamos bien se trata de personas que tienen que actuar delante de otros. Y también personas que tienen que examinarse, que tienen miedo a hablar en público, que deben atender a alguien o que tienen que trabajar de cara al público.
SITUACIONES DE OBSERVACIÓN.
Esta tipología de fobia social tiene como característica que son situaciones que la persona fóbica social no escoge como podría ser con el bloqueo de la actuación. En este caso la situación es elegida mientras que en las situaciones de observación son involuntarias y por lo tanto, se sufren. Tenemos ejemplos como ser mirado cuando se anda, come, bebe, escribe, conduce, aparca… También puede ser encontrarse mal o con indisposición.
SITUACIONES DE AFIRMACIÓN.
En esta tipología de fobia social, dichas situaciones requieren de un protagonismo y de un dar la cara, muy difícil para una persona fóbica social. Pueden ser defender nuestros derechos o un punto de vista, negociar un precio, hacer una reclamación. También puede ser comprar. Cerrar acuerdos. Decir que no o incluso decir que sí.
SITUACIONES DE INTIMIDAD O REVELACIÓN.
En esta tipología de fobia social, cuanta más intimidad haya más miedo se llegará a experimentar. Tenemos ejemplos como conocer a otra persona. Entablar una relación de amistad o sentimental. Desnudarse. Ducharse en el colegio o gimnasio. Tener vergüenza con el sexo cuando se tiene poca experiencia.
SITUACIONES DE INTERACCIÓN SUPERFICIALES.
Lo que da miedo en este apartado, por ridículo que nos parezca, consiste en entablar conversaciones banales con el vecino, un comerciante, un compañero de clase o de trabajo; también cruzarse con alguien en el ascensor, encontrarse con alguien conocido en la calle, en el metro, etc.
¿Qué hacer cuando tienes fobia social?
En nuestro Centro Terapia Breve Sentirse Bien disponemos de protocolos terapéuticos eficaces y eficientes para esta patología que va desgraciadamente en aumento. Somos especialistas desde hace 25 años en todos los trastornos que tienen que ver con el miedo, la ansiedad, las fobias y las obsesiones. Llámanos y te informaremos. Contacta con nosotros a través de nuestro formulario de contacto.
Leer másElegir dudar de las dudas
¿Cómo romper el círculo vicioso de la búsqueda de certezas? ¡Lee este artículo de Miguel Herrador, terapeuta y coach!
«Si me contradigo, me contradigo, contengo multitudes». WALT WHITMAN
«Las dudas con dudas también se curan». MIGUEL HERRADOR
El constructivismo no está interesado en descubrir la verdad que subyace dentro de nosotros y en las cosas del universo. Por el contrario, el constructivismo, como corriente filosófica intenta sistemáticamente llevarnos a aumentar nuestra conciencia operativa. Dicho con otras palabras: el constructivismo no se interesa en «por qué» sino en «el cómo».
Cabe recordar que hace miles de años, en la antigua China, se hablaba de «verdades de esencia» y de «verdades de error». La esencia sólo la encontraremos en la trascendencia, en el más allá, fuera de este mundo.
Y ya que no podemos alcanzar una verdad definitiva (o de esencia), las verdades de error nos pueden servir, en gran medida, para perfeccionar nuestra capacidad de gestionar la realidad. Las verdades de error y las dudas tienen mucho en común; es más, para mí son una misma cosa.
El síndrome de la certeza
La historia de la humanidad está llena de situaciones en las que se puede apreciar que «la verdad» va cambiando en el tiempo. Vamos, que lo que hoy es ampliamente aceptado como verdad inamovible, mañana puede ser que no lo sea. Un buen ejemplo es el siguiente: la tierra, en contra de lo que se creía, no es el centro del universo…
Existe un síndrome obsesivo llamado «síndrome de la certeza» que aparece siempre que intentamos desvelarla incertidumbre, esa cosa abstracta imposible de descifrar, que es inherente al hecho de estar vivos. Ejemplos de este síndrome pueden ser: tener que elegir entre varias carreras en la universidad, cómo saber al cien por cien si se está enamorado, decidir entre ser padre y no serlo, elegir cambiar de trabajo, escoger entre dos personas a las que se ama, etc. Como veis la lista puede ser infinita.
Sin embargo, si elegimos no escoger o no decidir, estamos rompiendo el círculo vicioso de buscar certezas que nos tranquilicen. Se hace necesario por ello, atrevernos a vivir en la incertidumbre y en el no saber.
Aprender a vivir con la incertidumbre
Permitirnos la incertidumbre, la falta de seguridad y la duda a través de dudar de nuestras dudas es un ejercicio estupendo. ¡Tenéis garantizada la sorpresa!
¡Qué bueno es aprender a vivir entre signos de interrogación a los que evitemos dar respuestas! ¡Cómo nos sentiríamos si abrazáramos las dudas y las aceptáramos sin más cuando se nos presentasen!
Recordemos a Pirrón de Elis y su famoso «epojé» o su traducción: «suspendo mi juicio.» Este gran filósofo ya se dio cuenta de que la mayoría de nosotros no puede estar en el presente, porque nos dedicamos a desvelar la incertidumbre en el intento ilusorio de tener el control.
También podemos contestar a las dudas, que son preguntas que nos vienen solas en los periodos de mucha incertidumbre, con otras preguntas. El resultado: su anulación. Nuestro sistema nervioso central no lleva muy bien un aumento progresivo de la incertidumbre, sobre todo si lo provocamos nosotros lanzándole más dudas sobre las que ya tiene. Con ello provocamos un cortocircuito benévolo que devuelve el equilibrio a nuestra razón y a nuestras emociones.
He aquí algunos ejemplos donde elegimos dudar de nuestras dudas:
- Si dudas de “no estar a la altura” puedes contestarte: ¿Cómo sé que no podré estar a la altura…?
- Si dudas de “no ser capaz” puedes preguntarte: ¿Cómo sé que no seré capaz de…?
- Si crees que “puede ocurrir algo malo” puedes decirte: ¿Cómo puedo estar seguro de que ocurrirá lo malo que pienso del futuro?
- Si dudas de “no estar enamorada totalmente” puedes cuestionarte: ¿Cómo puedo estar segura de estar enamorada al 100 por 100?
- Si temes “cometer una grave equivocación”, puedes añadir la siguiente pregunta: ¿Moriré o no moriré si me equivoco gravemente?
Miguel Herrador, terapeuta y coach
Recuerda que si éste u otro problema te aqueja, puedes iniciar un proceso de terapia con un profesional de nuestro equipo. Escríbenos a través de nuestro formulario de contacto (aquí), o reserva una cita informativa gratuita (aquí). Estamos en Barcelona, y ahora también en formato online. ¡Muy cerca tuyo!
Leer másPadres e hijos: Amistades peligrosas
El modelo familiar democrático-permisivo
Imaginemos una familia a la que podríamos englobar en lo que algunos teóricos denominan modelo familiar democrático-permisivo. El rasgo definitorio esencial de este modelo de estructura familiar es la ausencia de jerarquías. Las cosas se hacen –o se pretende que se hagan- por convencimiento y consenso, y no, por imposición.
Todos los miembros de la familia tienen los mismos derechos. Todo se habla, todo se argumenta y contra argumenta en condiciones de igualdad. También las reglas, y los límites mismos, que se pactan (y des pactan) con suma facilidad. Se busca de una manera casi obsesiva la armonía y la ausencia de conflictos. Perfecto. Muy bien. Fantástico.
Pero… ¿Qué pasa cuando, a pesar de todas estas buenas intenciones, los conflictos familiares aparecen?
Pensemos ahora mismo en una familia con padres titulados superiores. Los dos trabajan, y tienen dos hijos, la mayor de 15 años y un hijo más pequeño de 12. El padre y el hijo comparten la afición por el deporte, pasan bastantes horas juntos practicándolo y tienen una fuerte alianza, son muy amigos. A su vez, madre e hija se alían compartiendo una auténtica pasión por la música. Hasta aquí ningún problema.
El caso es que el hijo, desde que ha comenzado la ESO, demuestra una apatía, un desinterés, un pasotismo y una falta de voluntad alarmantes, aspectos éstos que están repercutiendo muy negativamente no sólo en su rendimiento escolar, sino también en un comportamiento cada vez más díscolo en su centro de secundaria.
Ante esto, ha sonado la alarma y la casa se ha convertido en una especie de parlamento en donde todo se analiza y se discute.
Los padres, alternativa y conjuntamente, intentan convencer al hijo con mil y un argumentos que tiene que cambiar: tiene que estudiar y tiene que esforzarse más. El hijo replica apuntando que los profesores del centro son muy rígidos e incompetentes. A medida que las palabras y los argumentos de los padres no surgen ningún efecto, se pactan límites y posibles sanciones que, como tan solo se enuncian y no llegan a aplicarse (no hay consecuencias), y encima se van modificando (todo es muy difuso), tampoco producen ningún cambio sustancial.
La hija mayor, que tampoco es que digamos una gran estudiante, ante la insistencia (¡son unos pesados!) de los padres y de sus posibles amenazas en el tema de los estudios, establece una coalición y apoya a su hermanito ante lo que ella considera las injustas exigencias de sus tiránicos padres. Y éstos, pronto, y quizás fruto de su impotencia, empiezan a pensar también que, efectivamente, los profesores son demasiado rígidos con su retoño. Se han movilizado: han hecho llegar sus quejas cuestionando los métodos de enseñanza, y han amenazado con cambiarlos de centro.
Así las cosas, los padres continuarán ayudando en todo y por todo a sus pobres e incomprendidos hijos, los cuales, a su vez, siguiendo esta dinámica disfuncional, se situarán en la cómoda y agradable posición de víctimas. De esta manera se sentirán protegidos, pero cada vez más incapaces de afrontar autónomamente los distintos obstáculos y dificultades que, caiga quien caiga, les va a brindar la vida. Y es que cuando los padres asumen y se hacen cargo de responsabilidades que no les corresponden, los hijos dejan de asumir las propias.
CTBSB
Leer más¿Es posible realmente motivar a nuestros hijos?
Quien no hace un esfuerzo por ayudarse a sí mismo, no tiene derecho a solicitar ayuda a los demás.
Demóstenes
¡Que nadie se asuste! NO. Entonces, ¿qué? Si tus hijos están apáticos, sin ganas, aburridos, si no colaboran para nada en casa, si no muestran ningún interés por los estudios, si no hacen los deberes… ¿No hay que hacer nada? No. Bueno, sí. Una cosa. ¿Cuál? Muy sencillo: dejar de hacer tanto. Como no se explique… Lo intentaré.
La motivación en los hijos: ¿Es posible?, ¿Cómo?
Llevamos ya unos cuantos años de tontería institucionalizada: se nos quiere convencer que el objetivo número uno de la escuela y de las familias es procurar tener a nuestros retoños motivados. ¿Y eso es malo? ¿Quién no desea contribuir a construir hijos motivados? Posiblemente, nadie. ¿Entonces, por qué hablar de tontería institucionalizada? Pues, por pensar que la motivación es una fuerza que haya que aplicar desde fuera. Y por más cosas.
Los dos mitos acerca de la motivación
Sobre todo, por dos mitos acerca de la motivación que se continúan proyectando en nuestra sociedad:
- El primer mito sobre la motivación es creer que la vida y el vivir es una cosa fácil. Que los distintos fines y objetivos se consiguen de una manera fácil, alegre, divertida y sin esfuerzo. En plan Tele 5, vamos.
- El segundo mito sobre la motivación está basado en la idea de que hay que procurar facilitar al máximo las cosas a nuestros hijos y/o alumnos. De esta manera conseguiremos que se animen, se motiven y se entusiasmen. Pues no es verdad. Lo siento. La realidad, siempre tan tozuda, cada día nos lo desmiente. Porque, nos guste o no, todo cuesta, todo lo realmente valioso exige un esfuerzo. Sí, un esfuerzo.
Pero, ¿cuál es el auténtico motor del esfuerzo y la motivación?
El auténtico motor del esfuerzo es el deseo. Ni más ni menos. Y todo deseo nace o se activa de algo que nos falta. Y yo me pregunto: ¿permitimos que les falte algo a nuestros hijos? Sinceramente, creo que no. No solamente no lo permitimos, sino que, encima, les fabricamos los deseos: les procuramos y concedemos cosas que ni tan sólo habían deseado. Nos anticipamos a sus deseos y con ello, les castramos su capacidad de desear y de movilizarse para conseguirlo. Nos guste o no, matamos la gallina de los huevos de oro.
Luego, claro, al verlos tan apoltronados, tan acomodados, tan apáticos, empezamos con los inútiles sermones sobre la importancia del esfuerzo y sobre el sacrosanto día de mañana. Eso del día de mañana, me hace especial gracia porque, para ellos, es como una galaxia lejana y desconocida: una especie de objeto no identificado.
Ya sé que, en lo que se refiere a nuestros hijos, todo lo hacemos con la mejor de las intenciones y que hacemos lo que podemos o sabemos, y que no somos perfectos. Lo sé. Pero, ¿sería mucho pedir que no fuéramos tan contradictorios? ¿Por qué hablamos y hablamos tanto del esfuerzo y no les facilitamos las condiciones para que puedan experimentarlo? ¿Somos conscientes que sólo serán capaces de valorarlo si lo pueden vivir, si lo pueden sentir?
¿Cómo motivar a los hijos, entonces?
Los niños aprenden a conocer el mundo y a conocerse ellos mismos, a ser conscientes de sus capacidades y recursos, interactuando, actuando y superando obstáculos.
El filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson aconsejaba a los padres que querían hijos activos y enganchados a la vida que, cada día, les procurasen, les planearan, les facilitaran un pequeño obstáculo, una pequeña dificultad, un pequeño desafío a superar. Estaba convencido que actuando así es como realmente les ayudamos a construir un motor interno, el único capaz de hacer innecesario los desesperados y poco eficaces intentos de los padres y maestros: todo el santo día empujando y empujando, remolcándolos desde fuera. Todo el día intentando moverlos, intentando motivarlos.
Acabo. Si queremos hijos autónomos, responsables y motivados, por favor, no los continuemos sustituyendo ni les solucionemos todo aquello que, por su edad, pueden hacer perfectamente. Limitémonos a facilitarles las herramientas y las condiciones que les obliguen a enfrentarse y a ir superando pequeñas y accesibles dificultades. Actuando así, posibilitamos la gestación gradual de la automotivación o motivación interna. La única valiosa, la única que realmente funciona. ¡Ah!, y eso sí, no nos olvidemos nunca de aliñar todos estos ingredientes con una buena dosis de amor. Por nuestros hijos y por la vida.
CTBSB
Leer másLa fuerza de las creencias
La fe y la duda se corresponden una con la otra, son complementarias. Si no se pone en duda nunca nada, tampoco se cree de verdad.
Hermann Hesse
El gran Epicteto, filósofo estoico de la época romana, sentenciaba de una manera muy sabia: no son las cosas las que nos alteran, sino nuestra percepción de las cosas.
Con esta afirmación pretendía que tomáramos conciencia de la diferencia que hay entre el mundo de los hechos y el mundo de las valoraciones, de las interpretaciones, de los puntos de vista sobre los hechos.
Teniendo esto presente sabremos dónde podemos y tenemos que hacer palanca cuando surge un problema o dificultad en nuestras vidas.
¿Qué aspectos de la realidad dependen de nosotros?
Epicteto, como buen estoico, nos enseña a saber distinguir qué aspectos de la realidad dependen de nosotros y cuáles no. Que tenga un accidente y me fracture una pierna, no depende de mí –a no ser que me comporte de una manera temeraria-, pero la actitud que adopte, la reacción que tenga ante este hecho fortuito, sí que depende totalmente de mí. Aquí sí que tengo todo el poder. El poder de amargarme y estar rabioso por el accidente, o el poder de aprovechar este molesto imprevisto para dedicarme a cosas para las cuales nunca sabia encontrar el momento: leer, escuchar música, ver una serie de películas, estar más con mis hijos…
Es decir, nos lo jugamos casi todo no en lo que nos pasa, sino en la percepción, la interpretación de aquello que nos ha pasado, nuestro filtro o creencias.
Entre tu y tu percepción, están tus creencias…
Ahora bien, ¿de qué depende básicamente que tenga una u otra percepción? Pues resulta que, entre yo y mi percepción de la realidad, hay un filtro que la mayoría de las veces funciona de manera automática, inconsciente. ¿Cuál? Nuestras creencias.
Si en el caso del accidente, yo tengo la creencia de que, si actúo con prudencia, si vigilo, si estoy atento y no me expongo innecesariamente a ningún peligro, a mí no me pasará nunca nada. Y eso, además, lo creo de una manera absoluta y radical, ¿cómo creéis que me sentiré después de romperme accidentalmente la pierna? Ya os lo digo yo: fatal. ¿Y qué percepción tendré del suceso? La percepción de una auténtica catástrofe, de algo terrorífico, de haber padecido un auténtico tsunami vital.
Pero… ¿qué con las creencias?
Las creencias son como una segunda piel que se han ido integrando en nuestra mente fruto del entorno familiar en que hemos vivido, de cómo nos han educado, de las cosas que nos han pasado, de las experiencias vividas y de cómo las hemos vivido… Y es que, al final, queramos o no, conscientes o inconscientes, todos tenemos unas determinadas creencias sobre cómo somos nosotros, sobre cómo son o deberían los otros, y sobre cómo es o debería ser el mundo y la vida en general.
Está claro que algunas de estas creencias nos ayudan a encontrar constancias, regularidades, puntos donde anclarnos y poder transitar guiados con una especie de brújula que marca el norte de nuestra vida, desafiando así el fondo siempre incierto, misterioso y enigmático de la existencia.
¿Y qué hay de las creencias limitantes?
El problema se produce cuando nos dejamos guiar por creencias que no nos ayudan a vivir, que son o se han convertido en disfuncionales: la mayoría de las veces porque se han transformado en patrones rígidos, absolutos e inmodificables. Sería, pues, conveniente estar atentos y vigilar cuándo algunas de nuestras creencias que, no nos engañemos, las vivimos como auténticos actos de fe, nos ayudan y cuando nos impiden avanzar y progresar en nuestra vida.
Claro que, la mayoría de las veces, no resulta tan sencillo, porque están tan integradas en nuestra experiencia cotidiana que, ni somos conscientes de hasta qué punto nos condicionan, ni es tan fácil cambiarlas a fuerza de voluntad.
Así las cosas, muy a menudo necesitamos de la presencia de alguna rotura, crisis o fractura vital contundente para que seamos capaces de modificar alguna de nuestras creencias. ¿Qué triste que sea así, no? Quizás. No lo sé. Sólo sé que los humanos somos bastante así: sólo aprendemos de nuestros errores.
CTBSB
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Leer más¿Es siempre positivo pensar en positivo?
No hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza
Spinoza, Ética, Libro III
Los animales lo tienen más fácil para vivir: les guía el instinto. Nosotros, los humanos, necesitamos re-presentarnos la realidad. Necesitamos poner distancia, reflexionar. Y lo hacemos a través de una serie de creencias, de valores, de actitudes que hemos ido incorporando a nuestra vida a lo largo de los años.
Todo ello hace posible la construcción de una determinada mirada sobre la realidad. O dicho de otro modo, todos nos enfrentamos a una realidad que previamente hemos tenido que re-presentarnos, que construir. Todos, pues, nos posicionamos ante la realidad, actuamos y nos comportamos, como si fuera de una determinada manera. No nos enfrentamos directamente con la realidad, sino que lo hacemos a través de unas mediaciones, de unas gafas, a través de unos filtros, de unos determinados autoengaños, que en ocasiones pueden ser creencias limitantes.
Visto así, el autoengaño, no es algo negativo, sino que es sencillamente inevitable, forma parte de la condición humana. Y en consecuencia, lo más operativo sería determinar cuáles de nuestros autoengaños son funcionales y nos ayudan a vivir, y cuáles no. Tarea no muy fácil, porque la mayoría de nuestros autoengaños, de nuestras visiones o miradas sobre la realidad, los hemos ido adquiriendo de una manera inconsciente, sin darnos cuenta de ello.
No son pues ni deliberados ni conscientes, pero los vivimos como si fueran visiones absolutamente reales y objetivas, los vivimos como la Verdad. Y justamente por eso tienen tanta fuerza y nos guían tanto en nuestra vida.
¿Qué pasa, sin embargo, cuando desde alguno de los innumerables libros de autoayuda o a través del gurú mediático de turno, y de una manera machacona, nos quieren convencer, como si de una religión de obligado cumplimiento se tratara, que, si nos esforzamos en pensar en positivo, podemos tener esperanzas de que acabaremos consiguiendo lo que nos proponemos (si quieres, puedes) y que la vida, obediente y sumisa, nos regalará los frutos sabrosos de la felicidad y el bienestar? ¿Qué pasa cuando nos quieren inyectar el autoengaño de piensa en positivo?
Procurar pensar en positivo implica, justamente, que nos hemos de esforzar, que tenemos que poner conciencia y voluntariedad.
Y este es el problema: el autoengaño consciente de pensar en positivo suele provocar el efecto contrario. Sí, el efecto paradoja.
Cuando un autoengaño se hace consciente, se desactiva, pierde todo el poder y provoca, a menudo, el efecto contrario. Si voluntariamente me mentalizo y sobretodo espero que todo irá bien, tengo muchos, muchos números de decepcionarme, de desilusionarme, y como resultado de ello, caer en un estado depresivo, a veces de renuncia parcial o total.
¿Y qué hay del efecto placebo?
Porque, ¿vosotros creéis, por ejemplo, que el famoso efecto placebo tendría algún efecto si fuéramos conscientes o lo buscáramos de forma voluntaria? Imaginaos que nos dijéramos:
Esto que me han dado y que me voy a tomar es sólo un placebo, lo sé, una simple pastillita de harina con sacarina, pero como me han dicho y quiero y estoy convencido de que me hará el mismo efecto que un medicamento real, me lo hará.
Y justamente por eso todos los terapeutas de nuestro centro, a sabiendas del efecto paradoja lo usamos y lo trabajamos con mucho cuidado y de manera estratégica. Porque sabemos que con el miedo, el dolor, la tristeza y la rabia no se puede realizar un trabajo eficaz y eficiente en positivo, con una filosofía y psicología positivas. La mayoría de nuestros clientes vienen porque todos sus intentos (los suyos y los de sus familiares y amigos) de positivizar sus dificultades, a efectos prácticos, no han resultado muy positivos que digamos.
Decir a una persona deprimida que se anime, que se alegre, o a una persona con miedos o con mucha rabia acumulada que sea positiva, y que procure no tenerlos, no es solamente ineficaz, sino que en la mayoría de casos alimenta y cronifica el problema.
¿Cómo generar, entonces, confianza y optimismo en el futuro?
Y es que, seamos claros, lo que realmente genera confianza – y optimismo- en nuestras capacidades y en nuestros recursos no es pensar que todo irá bien, sino los resultados positivos que hemos obtenido cuando hemos sido capaces de enfrentarnos con los hechos, con la vida. Eso sí, la mayoría de las veces, sin esperar demasiado. Sin ser tan optimistas.
Me parece que más que el pensar en positivo, nos ayudaría más tener muy claro que toda cuota de felicidad realmente saludable -y perdurable- pasa siempre y de manera ineludible por ser capaces, antes de nada, de aceptar la vida tal como es. Saber discriminar, como hacían los estoicos, qué cosas dependen de nosotros y cuáles no. Y ante cualquier situación, aceptar lo que no se puede cambiar y, a continuación, arremangarnos y ponernos a trabajar en aquellos aspectos y dimensiones que sí se pueden y deben ser mejoradas por nosotros. Y eso no es ni optimismo ni pesimismo. Es la felicidad desde un cierto grado de lucidez. La única que, si os soy sincero, cuando de vez en cuando se digna visitarme, realmente me llena, me satisface y me hace sentir bien. Feliz.
El gran Séneca y los estoicos en general aconsejaban, para no sufrir, eliminar del todo la esperanza. La verdad, no creo que esto sea posible. Porque la esperanza es una de las manifestaciones del deseo. Y el ser humano es un ser que desea. Desea tanto que, en realidad, lo que desea es tener deseos. Ahora bien, tal vez, como recomienda Comte-Sponville, sí sería posible y valdría la pena, procurar no esperar tanto y actuar y amar más. Amén.
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